Mientras esperaba en la cafetería de un hotel para una reunión tuve tiempo de tomar un café y observar a mi alrededor todo lo que se movía … ¡y lo que no se movía también! Como director de hotel podría decir que lo llevamos en la sangre, que no lo hacemos para criticar y poner faltas, es por defecto profesional, en ocasiones te tienes que contener para no ponerte a dirigir y hacer cosas aunque estés de visita.
En esta ocasión me sucedió todo lo contrario. Como tenía tiempo me dispuse a tomar un café, me atendió un camarero de unos 24 años que resultó ser un gran profesional y futuro director de hotel, estoy convencido de ello, apunta maneras.
Se llama Óscar, me atendió y me puso un café, yo estaba solo en la cafetería pero sus atenciones pasaron con creces todas sus obligaciones. De vez en cuando venían algunas personas a tomar algo o bien a preguntar, yo observaba que la amabilidad que me ofreció a mí era la misma y con la misma ilusión con la que se dirigía a todos los clientes en general.
Era un vendedor nato: me ofreció varios servicios del hotel, me dio la contraseña de WiFi sin pedírselo, simplemente porque me vio con la tablet en la mano; me habló de las espléndidas habitaciones que disponía el hotel, habló de pasada pero muy bien de sus compañeros de trabajo, de lo bien ubicado que se encontraba el hotel, una calle céntrica pero muy tranquila, me decía todo esto en unos minutos sin molestar ni ser agresivo a la hora de informarme, me quiso vender un almuerzo… “¿señor quiere usted que le haga una reserva para el restaurante? No gracias, no sé cuánto tardará la persona que espero. Muy bien señor, si cambia de idea me avisa por favor, para su información hoy hay un menú del día con un plato de cuchara casero que es una maravilla. El jefe de cocina dice que es su plato estrella, lo hace cada semana y es un éxito, viene mucha gente de fuera del hotel a comer. Muy bien gracias, le digo, tomo nota y si tengo tiempo le aviso; estupendo, le guardaré una buena mesa y le serviré yo mismo”.
Por la amabilidad, la educación, el entusiasmos y ilusión que ponía en su trabajo era evidente que sentía su profesión, y como empleado feliz rendirá mucho más. Le pregunté, “¿le gusta su trabajo? –Me encanta, quiero aprender más, quiero conocer todo lo posible de hostelería y en un futuro poder ser director de un hotel como este”.
Cuando te encuentras a personas jóvenes en hostelería con estas virtudes te das cuenta de que esta profesión no se perderá nunca, y de que es una profesión llena de virtudes y de humanismo, personas con espíritu servicial que llevan en sus genes la profesionalidad y como tal quieren servir y hacer negocio.
Es preciso cuidar a estas personas, a estos jóvenes que comienzan en una profesión como esta. Debemos ayudarles y facilitarles el camino en su carrera profesional, animarlos en los momentos difíciles y aconsejarles que cuando estén a punto de tirar la toalla, salgan en su día de descanso y se compren unos calcetines coloraos.
La industria hotelera y la sociedad en general está muy escasa de gente que quiera servir y ayudar a los demás, sólo nos encontramos con trepas; trepas del poder que se olvidan de que están para servir a todos los ciudadanos, no a sus amigos; llegar al poder para eliminar lo que hizo su oponente y volver a cambiar las cosas en el mundo empresarial a los que solo les importa hacer números, con independencia del coste que tenga en la vida de otras personas; salir en la foto cueste lo que cueste. No tienen sentido de lo que es la ética ni personal ni profesional.
Hay otra formas de triunfar en la vida que no es la de los trepas y el camino de Óscar es el correcto: trabajar, aprender y tener unos objetivos de cara al futuro lógicos. Todos los emprendedores tienen derecho a triunfar en la vida y si lo hacen de una forma digna esa es la dirección correcta.
