En el mundo de la gestión empresarial resulta imprescindible la toma de decisiones, unas sencillas, otras complicadas, algunas de forma rápida, prácticamente inmediata, pero muchas tras un tiempo de análisis de las opciones u alternativas disponibles.
Por descontado, si nos eternizamos con el proceso analítico corremos el riesgo cierto de retrasar nuestra decisión, ya que el exceso de análisis conduce a parálisis.
Pero tampoco es recomendable precipitarnos y lanzarnos a una aventura sin habernos preparado de manera suficiente y adecuada.
Difícil llegar siempre a un punto de equilibrio, que obviamente no puede ser el mismo para cualquier tipo de decisión, sino que dependerá de la naturaleza de cada una.
Dicho lo anterior, creo no cabe ninguna duda, nos encontraremos con algunas decisiones que requieren de un mayor plazo de maduración que otras, de una más completa reflexión, de un análisis más exhaustivo y sus consecuencias tienen un número elevado de derivadas.
Una de ellas es la decisión de vender, de desprenderse de algo de tu propiedad, que te pertenece desde hace tiempo: un bien, un activo, una empresa, un negocio.
En ocasiones puede resultar ser una situación en la que no te sientes cómodo, como si hubieras salido de tu zona de confort pero, esta circunstancia no debería influir en la posible transacción, convirtiendo a la parte vendedora en parte retenedora.
Cuando el proceso de búsqueda de comprador ya está en marcha, el vendedor debe de ser el primer interesado en que la transacción llegue a realizarse lo antes posible y en las mejores condiciones disponibles.
Por ese motivo, es más que recomendable que ayude y facilite la operación, empezando por entregar al mandatario toda la documentación relevante para que el potencial comprador pueda valorar la razonabilidad de la inversión a realizar.
Esta documentación puede ser información financiera, proyecciones comerciales, planos, fotos, y su entrega, como es lógico y razonable, siempre estará sujeta al cumplimento de estrictos acuerdos de confidencialidad y, a la existencia de una carta de intenciones suficiente, si así hubiera quedado establecido.
Luego, llegada la fase correspondiente, también es preferible que permita el acceso a las instalaciones, al establecimiento o al edificio en cuestión, para que se pueda producir un avance adecuado del proceso, llegando en su caso a la obtención de una oferta por parte del potencial comprador.
Siempre surgirán problemas originados por terceros a lo largo de todo el proceso, así que no hay necesidad de que también nos dediquemos a crearlos de manera interna, si queremos evitar que la posible operación se complique en exceso, perjudicando a todas las partes implicadas de una u otra forma.